En mi pasado viaje con el proyecto Latido-América visité la Escuela Pedagógica Experimental (EPE), una escuela próxima a la capital de Bogotá, con una trayectoria de más de 20 años de duración, destinada a crear pensamiento crítico, reflexión atenta y debate entre su alumnado.
Al llegar me recibió una amorosa profesora, la cual me dió la bienvenida y me presentó a una alumna y a un alumno, los veteranos de la escuela, que serían mis acompañantes durante toda la visita. ¿Quién mejor para mostrarme la escuela que su propio alumnado? Fuimos visitando cada aula y en todas, hubo un espacio para que los alumnos y alumnas que lo deseasen expresaran cómo se sentían en la EPE. Algunas personas, las que llevaban menos tiempo en la escuela, me contaban como al principio no comprendían el funcionamiento de la EPE ¿Por qué me preguntan tanto? ¿Dónde están mis aprobados? ¿Y mis caritas sonrientes? Todos coinciden en que se adaptaron rápidamente al comprender que lo que se valora en esa escuela es su SER, cómo es cada cual, qué le interesa, cómo se siente… Me sorprendió muy gratamente la facilidad de expresión que tienen todas y cada uno de las personas que me aportaba su experiencia, fuera pequeña o grande.
Mis guías seguían explicándome los entresijos de la escuela: la economía azul (una propuesta contra los procesos de globalización conociendo de primera mano de la naturaleza y como aprovecharla de manera sostenible), metodología ATA (proyectos heterogéneos que generan un deseo de saber que se proyecta en su voluntad de hacer) o las salidas de vida independiente (viajes durante una semana que hacen en compañía de algunos/as de sus profes, en las que se conforma como una experiencia de vida donde el compromiso y la responsabilidad individual y colectiva está en el punto de mira de las tomas de decisiones que favorezcan al colectivo).
Pero sin duda lo que más me repetían es que esta era la escuela de la confianza. Confianza porque saben que pueden dejar sus cosas en cualquier parte sin peligro de que nadie lo toque o lo robe. Confianza para las familias porque saben que todo lo que incumba a sus hijos/as les llegará, y confianza porque saben que el amor estará presente en cualquier relación con sus profes y en cualquier regulación de conflictos. Y es que para mí esto es una de las bases de la pedagogía activa que la infancia se siente segura y atendida para poder dedicarse plenamente a la experimentación y al descubrimiento, y poder aprender con mucha más facilidad de aquellos con quienes tienen relaciones basadas en el cuidado y la confianza¹.
Y precisamente la confianza debe ser bidireccional. Las personas adultas que acompañamos los procesos de la infancia debemos confiar en cada pequeño/a. Porque si quieres hijos/as responsables, debes permitirles la libertad de serlo, de cometer sus propios errores, de tomar sus decisiones acordes a sus capacidades. Si no confiamos en ellos/as, nuestros miedos se cumplirán, porque les privamos de oportunidades de aprendizaje con las que tomar las riendas de su propia agenda vital.
Siempre digo que esta confianza no viene de la nada. Debemos conocer a nuestras/os niñas/os y profundizar en el estudios de las etapas madurativas y en la importancia del juego como herramienta de aprendizaje. Esto nos da la confianza para poder dar un paso atrás y permitir que cada cual se desarrolle. «Cuando confiamos en nuestras/os pequeñas/os les estamos diciendo: eres competente; tienes ojos y cerebro, y puedes darte cuenta de las cosas por ti misma; conoces tus habilidades y tus limitaciones; gracias al juego y a la exploración, aprenderás lo que necesites saber; tus necesidades se valoran, tus opiniones cuentan, eres responsable de tus errores y se puede confiar en que aprenderás de ellos; la vida social no consiste en enfrentar voluntades, sino en ayudarnos para que todos podamos tener lo que necesitamos y lo que más deseemos; estamos contigo, no contra ti.»²
Pero, ¿cómo podemos alcanzar esta confianza? Cuando tomamos contacto con la pedagogía activa en todos/as afloran miedos, nos ponemos barreras para justificar el estar en nuestra zona de confort (si quieres conocer cuáles son los tuyos y también con qué talentos cuentas para afrontar el cambio, puedes tener acceso gratuito, hasta el 31 de enero de 2019, al módulo 1 del Campus Virtual de TFN solo suscribiéndote a la Newsletter). Todas las personas sin excepción tenemos esos miedos, muchas veces comunes, pero la diferencia es que hay personas que las ponen sobre la mesa para apartarlas y avanzar de manera constructiva y otras no. Tú eliges qué tipo de persona quieres ser.
Pero ¿qué podemos hacer para ganar esa confianza, dar un paso atrás y soltar las riendas del control?
- Crea un espacio y un tiempo tranquilos en tu casa o en tu aula, donde puedas permitir el juego libre sin peligros, sin tareas, sin expectativas, sin objetivos de ningún tipo. Mantente presente en ese juego pero sin intervenir, simplemente observa, durante cinco minutos, quice o media hora. No importa el tiempo.
- Ahora puedes empezar a practicar la observación para ir ganando esa confianza en sus procesos y que ella pueda confiar en que tú estás ahí disponible. Practicar la observación de sus acciones, de su aprendizaje abre las puertas a un nuevo mundo de entender la infancia.
- Después encuentra con quien reflexionar y debatir sobre tus impresiones, sobre tus sensaciones, sobre tus emociones. Ya sabes que yo estoy aquí para acompañarte en este camino, así que no dudes en contactarme, me encantaría que compartieras tu experiencia conmigo.
- Y si te resulta una experiencia de aprendizaje, intenta repetirla periódicamente, ampliando el tiempo y tus propios retos para que, poco a poco, vayas forjando e interiorizando esa nueva forma de relación con tus peques.